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Nunca antes se ha visto que unos falleros destrocen sus propias fallas, que son la base de su fiesta y que tienen en gran estima. Pero pasó en Torrente, en el año 1957, en una noche llena de altercados que provocó que se prohibieran las Fallas en dicha localidad hasta 1968. 

En el año 1957 se dio la coincidencia de que la semana fallera caía dentro de la Cuaresma, algo que ocurre cada cierto tiempo por la movilidad de la Semana Santa. Esta circunstancia no era del agrado de la Iglesia, en especial porque en las veladas falleras se celebraban “bailes modernos” que consideraban que eran “peligrosos” para la juventud.

La razón de ese rechazo estaba en que esos bailes eran agarrados, y claro, el Clero no veía bien que hombres y mujeres se arrimaran demasiado. Dado que la Iglesia era muy influyente en la España de los años 50, esta postura era muy tenida en cuenta por las autoridades de la época.

Por ese motivo, el alcalde de Torrent por aquel entonces, Arturo Benlloch Arévalo, influido por el párroco de la población, decidió prohibir el baile durante los festejos falleros. Así lo dejó claro en un escrito del 13 de marzo de 1957 dirigido al presidente de la Falla Toledo y a la Junta Local Fallera de Torrent, organismo que empezaba a funcionar ese mismo año.

Todo transcurrió con normalidad hasta la noche del 18 de marzo, en la que empieza a correr por la población la noticia de que estaba prohibido el baile esa noche. Los falleros y vecinos en general se sentían muy molestos por no poder disfrutar de esa diversión, pero la gota que colmó el vaso fue que unos matrimonios volvieron de Valencia afirmando haber visto al alcalde de Torrent bailar en el Parador So Nelo, noticia que corrió por la población rápidamente y que aumentó considerablemente la indignación general.

La rabia fue tal, que algunos falleros toman la decisión de protestar desmontando sus propias fallas, lo que derivó a su destrucción por parte de las multitudes al grito de “Anem a tombar les falles”.

Los disturbios fueron tales que la policía local y algunos vecinos llamaron a la Guardia Civil, que tiene los primeros enfrentamientos con la multitud en la plaza del Obispo Benlloch. Este cuerpo de seguridad decide aplicar el estado de excepción y corta la electricidad a todo Torrent, lo que no impide que se continúen desmantelando fallas, eso sí, entre tiros al aire de los guardias y arrestos indiscriminados.

Finalmente, Vicente Ortí, que era el teniente de alcalde de Torrent y la máxima autoridad del lugar ante la ausencia del alcalde, pide al comandante de la Guardia Civil que localice a los dueños de los bares para que los abran y así que la gente ahogue sus penas en bebida.

De esta manera se consiguió calmar la situación y que todo volviera a su cauce, salvo los monumentos falleros que prácticamente desaparecieron de las calles, tan sólo quedaron restos en la Falla Avinguda y un ninot de la Falla Ramón y Cajal en una gasolinera.

Los incidentes se saldaron con una sanción al presidente de la Junta Local Fallera de Torrent, Ricardo Fernández Roig, por parte del Gobierno Civil, pero finalmente se le anula tras presentar recursos y hablar con el gobernador. Ahora bien, tras lo ocurrido se prohibieron las fallas en Torrent durante diez años, hasta que se volvieron a permitir en 1969.

Y de lo ocurrido hubo un silencio casi absoluto tanto en la prensa, que no publicó nada al respecto, como en documentos oficiales, pues han desaparecido casi todos. Incluso muchas personas que vivieron aquellos hechos se muestran reticentes a hablar de ello.

 

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